La supervisión puede definirse como una forma de enseñanza, a través de la cual el terapeuta en formación recurre a un colega de mayor experiencia, en quien confía, para presentarle el curso del proceso psicoterapéutico llevado con sus pacientes, en donde el supervisor es un tercero que escucha el discurso del otro, de otro. Es considerada, en este sentido, uno de los elementos esenciales de la transmisión del quehacer terapéutico.
El propósito de la supervisión es instruir, acompañando al terapeuta en su labor para que éste pueda resolver su contratransferencia y escuchar sin distorsión a su paciente, siendo el insight pedagógico el objetivo primario de este proceso.
La supervisión tiene por tanto aspectos educacionales de importancia, que permiten transmitir conocimientos metodológicos al supervisando en un espacio reflexivo. Sin embargo las destrezas relevantes de un terapeuta experimentado no son tanto técnicas definidas. Más bien son capacidades internas e interpersonales complejas y multifacéticas. Estas habilidades que incluyen la sensibilidad interpersonal, la receptividad y la tolerancia a la intersubjetividad (ser capaces de experimentar al paciente como un sujeto único y distinto), son las que se han de potenciar en el diálogo genuino que conforma la psicoterapia frente a frente.
Por ello el proceso de supervisión busca consolidar el desarrollo de la empatía en el supervisando y desarrollar su sensibilidad para captar los contenidos latentes en las producciones verbales del paciente.
En El Olivo tenemos presentes antes de nada las necesidades y demandas de los terapeutas en formación, y lo más significativo del proceso de supervisión es por ello la propia relación vincular, en donde ambos supervisor y supervisando viven un proceso de desarrollo humano que permite en última instancia aumentar la comprensión y el “darse cuenta” de la diada terapéutica.