Despertar al ser sensible
Por Carmen Benítez Méndez· Psicóloga y formadora · 12 October 2025
Nos hemos acostumbrado a vivir como seres profundamente traumatizados. Lo hemos terminado normalizando. Nos movemos entre heridas que ya no distinguimos, entre corazas que se han vuelto piel. Nos hemos hecho expertos en sobrevivir, en aparentar fortaleza, en seguir adelante incluso cuando la vida duele. Y así, casi sin darnos cuenta, nos hemos ido enfriando. Nos endurecemos. Aprendemos a relativizar lo que sentimos, a mirar desde lejos para no doler demasiado.
Pero debajo de tanta protección habita un ser sensible, vivo y tierno, que aún palpita. Un ser que recuerda el lenguaje del contacto, la mirada que sostiene, el abrazo que repara.
El trauma no pertenece solo a nuestras historias personales. Vivimos inmersos en un trauma colectivo que atraviesa siglos: las guerras, las colonizaciones, los siglos de esclavitud, las masacres de los pueblos originarios, las migraciones forzadas y las violencias que siguen repitiéndose bajo otros nombres.
Todo eso late en nosotros. No está atrás en el tiempo: nos habita ahora, en la desconfianza, en la desconexión, en la dificultad para mirar al otro sin miedo o sin juicio. Repetimos, sin saberlo, los síntomas del dolor que no se nombró.
“La parte está en el todo, y el todo está en la parte”. La Gestalt nos invita a percibir cómo cada gesto contiene la historia entera.
Cada uno de nosotros lleva en sí el mapa completo. En un gesto, en una palabra, en un trozo de piel, se contiene la historia entera. Nuestro ADN es una escritura viva, donde habitan tanto las heridas del pasado como las potencialidades que aún pueden florecer.
Y aun así —o precisamente por eso—, seguimos aquí. Sensibles, heridos, pero con la posibilidad de despertar.
El camino no es endurecerse más, sino recordar la ternura. Volver a la sensibilidad que nos conecta con la vida. Abrir los sentidos como lo hacen los poetas, los músicos, los artistas: percibir la belleza sutil y sublime que sigue existiendo en el mundo, y al mismo tiempo, sostener juntos el dolor de la separatividad, de la muerte y de las pérdidas.
¿A quién no le gusta ser tratado con cariño, ternura y afecto? Ser mirado como quien pertenece a esta gran familia humana a la que todos llegamos. Basta recordar lo que ocurre cuando nace un bebé: cómo lo sostenemos con cuidado, cómo nuestros brazos, nuestras voces, nuestras miradas crean una capa protectora alrededor de él, sabiendo que todos sus sentidos están abiertos. Entonces pensamos: “¡qué frágil, qué vulnerable!”. Pero tal vez deberíamos verlo de otro modo: “¡cuánta confianza, cuánta entrega, cuánto amor incondicional traemos al venir al mundo!”. Porque así llegamos: completamente abiertos, desnudos y confiados en la vida.
“El apego nos acompaña desde la cuna hasta la tumba”. — John Bowlby
Porque el dolor más grande del ser humano es perder a otro. Es alejarse de un ser querido. Desde que nacemos, dependemos biológicamente de un otro. Somos seres de vínculo: nos hacemos humanos en la mirada del otro.
Sanar es volver a la red. A sentirnos parte del todo. A dejar que la emoción, el cuerpo, la palabra y el silencio vuelvan a tejer la trama que nos une.
La sensibilidad no es fragilidad. Es una forma profunda de inteligencia. Y quizás el verdadero desafío de nuestro tiempo sea despertar al ser sensible que habita en nosotros/as, para que, desde esa conciencia viva, podamos sanar juntos/as lo que nuestros traumas fragmentaron.
Fuentes de inspiración: Guillermo Leone, Thomas Hubl.
Etiquetas: Terapia Gestalt · Trauma colectivo · Apego · Regulación relacional · Cultura y vínculo