Escuelas de familias: ¿Quiénes serían los profesores?

Ayudar a los padres para ayudar a los adolescentes. Metáforas para el acompañamiento evolutivo de jóvenes.

Autor: Santi Occhiuzzi, psicólogo colegiado nº M-25.966.

Como psicólogo de diversos programas de Servicios Sociales de Madrid, he tenido la oportunidad de facilitar durante años talleres de orientación dirigidos a familias. Siempre me ha parecido desacertado hablar de escuela de familias o, peor aún, escuela de padres y madres. ¿Por qué? Porque, como decía Mafalda a Miguelito cuando él proponía una «escuela para presidentes»: “¿y quiénes serían los profesores?” ¿Dónde se habrían formado, y por quién? ¿Quién se atrevería a llevar el título de “profesor de padres y madres”?

Puede sonar gracioso, pero esa pregunta pone en evidencia una suposición que suele estar presente en este tipo de propuestas: que hay profesionales expertas en maternidad y paternidad capaces de ofrecernos respuestas claras sobre qué hacer, cómo y cuándo, ante cada situación. Lamentablemente —y esto es importante decirlo— si existieran tales fórmulas, no harían falta tantos programas de orientación familiar dentro de los Servicios Sociales.

No, no hay recetas infalibles. Así como no existe un solo libro que contenga todas las respuestas, tampoco hay un método único que funcione siempre. Lo que sí hay son distintas perspectivas que nos ayudan a pensar y pensarnos, a ampliar la comprensión de lo que vivimos. Porque los fenómenos humanos son complejos y reducirlos a fórmulas simples solo lleva a planteamientos dicotómicos: bien o mal, correcto o incorrecto. La realidad, mucho más compleja, no encaja en tales fórmulas.

A menudo buscamos esos atajos como una forma de tranquilizarnos. Pensamos que, si seguimos al pie de la letra la receta de cierto psicólogo o el mapa de una neurocientífica, conseguiremos nuestro objetivo: hijos e hijas emocionalmente alfabetizados, autorregulados y con la capacidad de equilibrar pertenencia social con desarrollo de su individualidad y autonomía (las piedras angulares de la adolescencia)… ¡Casi nada!

Lo cierto es que esas “fórmulas” son, en el mejor de los casos, quita-miedos: nos ofrecen una sensación de seguridad, lo que ya es algo, pero al final terminamos aferrándonos a ellas como si fueran amuletos. Y en crianza, eso rara vez alcanza.


Ideas para orientarnos


Aunque no hay recetas, sí existen ideas y principios que pueden servirnos de guía en esta tarea compleja que es la crianza, especialmente de adolescentes. En este texto, quiero compartir algunas frases propias o heredadas del refranero popular que pueden funcionar como ejes para reflexionar sobre situaciones cotidianas. No son otra cosa que metáforas (del griego, literalmente “transportar, trasladar, desplazar”) que, al ser traídas de otros contextos, pueden servir no solo para situaciones concretas sino, de forma más genérica, como perspectivas desde la cual posicionarnos para entender, razonar y actuar ante personas que están en su proceso de crecimiento.


Viñeta de Flavita Banana, recuperada de la web.

  1. “Lo que quieras ver en tu hijo/a, primero muéstralo tú”

Madres y padres son modelos de identificación. Son, en palabras de la RAE, el arquetipo, el modelo original de lo que es ser mujer, hombre, persona adulta. El escritor Alejandro Dolina cuenta que no recuerda que su padre lo llamara para decirle: “ven, hijo, hoy te voy a enseñar algo importante”. Para él, la paternidad no fue un discurso, sino una serie de actos. Desde esa mirada, criar es dejar ver lo que hacemos… y también dejarnos ver como somos.

Por eso, cada vez que un hijo o hija se desregula o pone a prueba nuestros límites, tenemos una oportunidad valiosa: la de actuar como nos gustaría que ellos actúen en el futuro. Si ante una situación difícil el adulto evade el tema, niega emociones o responde desde el cansancio, probablemente esté sembrando el mismo tipo de respuesta-reacción en el otro.

Pero si logra mantener una postura adulta, consciente de que esa reacción será parte del “cajón de herramientas” que el joven usará más adelante, entonces es más fácil respirar y actuar con coherencia.

No es fácil, ahí es donde la orientación profesional puede aportar. Conceptos como la sintonización emocional o la validación ayudan a cultivar respuestas más empáticas:
“Uf, si a mí me dejara mi pareja a los 17 también estaría muy triste…”
“Sí, hijo/a… es frustrante querer a alguien y que no te correspondan…”


2. “Aprendemos de actos, no de palabras”

Es más importante lo que hacemos que lo que decimos. El psiquiatra Jorge Bucay contaba la historia de un padre que descubre a su hijo en una mentira y, con mucha seriedad, le da una charla sobre lo mal que está mentir. En plena lección, suena el teléfono. El hijo corre a atender y vuelve diciendo:

—Papá, es la abuela, quiere hablar contigo.
—¡Uy, qué pesada! Dile que no estoy, que la llamo luego.

El mensaje es claro: no aprendemos por lo que nuestros referentes nos dicen que hay que hacer, sino por lo que vemos que hacen.


3. “Roma no se construyó en dos días”


Este refrán nos recuerda que no podemos esperar que un cambio profundo ocurra en cuestión de semanas, sobre todo si llevamos años construyendo un determinado modo de vincularnos. Muchas veces, las familias llegan a la consulta cuando ya han perdido la esperanza de un cambio espontáneo. Y, lejos de mejorar, las cosas se han ido agravando.


Viñeta extraída del material del curso “Trauma, apego y cortisol” de R.Guerrero (COP Madrid, 2025)


4. “La prisa mata”

Es natural desear un cambio rápido. Pero pretender acelerar un proceso interno es como querer que una fractura se cure antes de tiempo: si quitamos la escayola demasiado pronto, solo empeoramos la lesión.

Una metáfora que suelo usar: supongamos que queremos hacer pan y tenemos un horno industrial capaz de llegar a 4000 grados. Si metemos la masa al máximo de temperatura, ¿tendremos pan más rápido? No. Solo obtendremos una costra quemada por fuera y masa cruda por dentro. Lo mismo pasa con los procesos de aprendizaje: requieren condiciones adecuadas y tiempo. Al faltarnos las referencias es fácil concluir que estamos equivocando el rumbo porque pese a que hemos adaptado una estrategia (por ejemplo, adaptamos la norma del horario nocturno de vuelta a casa porque tenía la misma hora desde que tenía 13 años y ahora tiene 16) el resultado no es el que esperábamos (pese al ajuste, sigue llegando tarde). A veces solo es necesario insistir en el rumbo, tener una conversación acerca de lo que se puede hacer procurando buscar estrategias: que envíe un mensaje preguntando si puede estirar un poco el horario o, al menos, que avise que llegará un poco más tarde, estableciendo tiempos de tolerancia adecuados así como consecuencias pre establecidas ante la llegada tarde que sean proporcionales a la falta cometida. Al tener establecidas las normas y las consecuencias no se depende del humor que tengamos ante la falta y el/la adolescente sabe a qué consecuencias atenerse de antemano.

Otra imagen útil es la de una semilla. Aunque tengamos la tierra perfecta, agua suficiente y buena luz, si no respetamos el ritmo natural de germinación, podríamos terminar “matando” la semilla creyendo que no crece, cuando solo necesitaba más tiempo.


Para cerrar…

La crianza, especialmente durante la adolescencia, es un terreno lleno de preguntas, tensiones y contradicciones. Aquí hemos mencionado solo algunos ejes que pueden orientarnos. Quedan muchos más por explorar: la metáfora del caballo de Troya, la importancia de hacer preguntas para fomentar la mentalización o el cambio de perspectiva desde “salirme con la mía” hacia que “el otro se salga con la mía”.

Sobre estos y otros temas, hablaremos en próximos artículos.